LA LENGUA MADRE
Se ha presentado esta mañana ante los medios, “La lengua madre” un monólogo escrito por Juan José Millás e interpretado por Juan Diego “el interprete”, (como a él le gusta que le definan). La Lengua Madre ha sido un trabajo a tres bandas, junto al director Emilio Hernández.
La obra nos habla sobre la dignidad amenazada y sobre ese agujero negro que se traga tu dinero, tu trabajo, tu familia, tu cultura llegando a arrasar lo más primario: tu lengua madre. Escritor y actor han sido los encargados de adaptar el texto para teatro.
Durante más de dos años de proceso de adaptación del texto al teatro, sin ninguna prisa y como un ejercicio de disfrute personal, La Lengua Madre se estreno en 2012. Estará en el Teatro Talía del 17 de noviembre al 1 de diciembre.
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Millás cuenta que, siendo niño, en seguida se dio cuenta de que una palabra puede arreglar o estropear el día, porque “hay palabras que curan y palabras que matan”. De ese asombro y extrañeza por la fuerza y el dominio de la palabra en el ser humano nace este monólogo, porque las palabras son, como dice el autor con ese humor inteligente y mordaz que le caracteriza, “el único tesoro que es patrimonio de todos porque lo hemos construido ente todos. Y eso significa que todos somos coautores, por ejemplo, de El Quijote. Aunque también de los discursos de Nochebuena del Rey. Vaya una cosa por otra”
De un primo lejano nuestro se decía en la familia que era amorfo. Un día estaba yo ayudando a mi padre a arreglar la cisterna del retrete cuando se me ocurrió preguntarle qué quería decir aquella palabra, amorfo. Recuerdo que emergió de debajo de la taza del retrete con el pelo desordenado y dijo:
-Pues una persona sin personalidad.
Yo me quedé pensando un rato y al final le pregunté si una persona sin personalidad era lo mismo que una mesa sin mesalidad, lo que no me cabía en la cabeza, o una sartén sin sartenidad, lo que tampoco me parecía posible. Mi padre volvió a asomar la cara con expresión de lástima y dijo:
-¿Tú eres idiota o qué?
No volví a preguntarle ninguna duda lingüística, aunque las dudas lingüísticas eran, junto a las religiosas, las que más me torturaban. No comprendía, por ejemplo, por qué al pronunciar la palabra “rata” veía dentro de mi cabeza una rata mientras que al pronunciar “ra” no veía media rata. Tuve una relación muy conflictiva con la lengua madre, muy intensa también, pues ciertas dificultades de pronunciación que todavía arrastro hacían que las palabras, dentro de mi boca, parecieran objetos, más que sonidos. Las masticaba o las ensalivaba como si fueran un dulce y lo cierto es que para mí tenían sabor, olor, color, textura. Algunas palabras eran duras como piedras y otras se deshacían como la espuma al contacto con la lengua. De otro lado, enseguida advertí también que una palabra podía arreglarte el día o estropeártelo porque había palabras que curaban y palabras que mataban, palabras que te hacían reír o que te hacían llorar, palabras que te adormecían o que te provocaban insomnio. Descubrí con asombro que las palabras dirigían la vida de los hombres, ya que, lejos de conquistarlas, según creíamos, eran ellas las que nos colonizaban. En gran medida, estamos hechos, o deshechos, de palabras.
De esa extrañeza frente a la lengua nacería, muchos años después, este monólogo que trata de eso, de lo raro que es hablar o ser hablado.
Juan José Millás